Con las manos ocultas en el vientre
vacío
de unos guantes sin alma…
Llegó el otoño despeinado y triste.
Se fumó un cigarrillo
sentado en una esquina del silencio
y sin esperar la cena
se fue por la ventana de los recuerdos
llevándose
escondido entre el barro de sus zapatos
el calor
de las caricias que mis manos
y mis labios
habían derramado sobre tu cuerpo
y el fuego
que provocaba tu mirada dentro de mi corazón.
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