Entre un montón de viejos cartones arrugados
por la humedad del relente
que en las madrugadas de mayo a dormir invitan…
Un mendigo de pelo largo, barba canosa
y guantes en las manos,
duerme cobijado del frío
entre las negras paredes de un viejo portal.
Desnudo del calor de unas manos inocentes
que cada madrugada mueran
entre los besos robados de un sueño,
o en la mágica inclinación de una caricia
que oculte
su pudor entre los labios de la noche,
cada mañana
acompañado de un viejo perro vagabundo,
desayuna café negro, con churros
que moja lentamente en la boca de la soledad.
Libre de las posesiones que esclavizan y embrutecen
el corazón de los hombres,
en su cara se refleja la ternura de un niño
y la picara sonrisa del viento cuando atrevido
levanta la falda que cubre las nalgas de la primavera.
En un lento esperezo, el mendigo acaricia con mimo
el húmedo cristal de una botella de vino tinto
y con un gesto de triste melancolía,
se pierde:
entre los grises sombreados de un recuerdo lejano
y la sonrisa
perpetua que nace entre los labios de Gioconda.
Agotando su último aliento el sol, besa con ternura
una lágrima rebelde que nace en los ojos del mendigo
y con un gesto de complicidad,
en el horizonte saludando a la noche cantando se pierde…