Como pequeñas luciérnagas volátiles
que en las noches
largas y oscuras del solsticio
de invierno
danzan ebrias de luz y agonía
en un oscuro y terrible aquelarre…
Los espermas de la soledad impuesta
a golpes
de bajos salarios y jornadas
interminables
bajan velozmente por las paredes
sin cal
de las conciencias en crisis
y reencarnan
cada primavera, en el vientre
existencialista de una estatua de sal.
Con los ojos de madera tallada
a golpes
de escofina y lima sorda
cada amanecer
caminan sobre perfiles de piedra
canteadas
por el azote implacable del viento
y se pierden
en los mercadillos disfrazados de guiñoles.
No tienen prisa, ni trajes que oculten
el negro color de sus ojos,
pero siempre son puntuales a las citas del tiempo.