Arboles de hojas perennes y frutos de
mil sabores
bañan sus pies descalzos en los
ríos de aguas
cristalinas,
donde las bancadas de peces juegan con los
reflejos
del sol
y besan cada mañana los labios de las
gacelas
que bajan a beber luciendo sus graciosas
figuras.
Manadas de animales viviendo en plena
libertad
poblando un jardín, donde los manzanos
y las higueras
ofrecen a los dioses sus frutos más
sabrosos.
En el centro acotado por un laberinto de
plantas
aromáticas: dos caminos…
Un camino conduce a un mundo donde hombres
y mujeres viven en plena libertad.
Donde las higueras con sus frutos
abiertos,
colgando de sus anchas caderas
invitan a sus visitantes
a sentir en sus propias carnes el amor,
la ternura y la pasión… En su más pura
inocencia.
El otro camino conduce a un mundo: de
soberbia,
egoísmo, envidias y orgullo…
Donde los zarzales y las telas de arañas
te atrapan en su vientre y te llevan a las
entrañas
de un profundo abismo
donde solo hay miedo, hambre y oscuridad.
Retando a sus creadores y saltándose todas
las leyes
naturales
un grupo de hombres crearon su propio dios
como herramienta para dominar a los demás.
Se adueñaron: de los alimentos, del
agua...
Y esclavizaron en nombre de ese dios
vengativo
al resto de los hombres obligándonos a
caminar
por el camino que conduce al mundo que hoy
tenemos.