Su cuerpo era pequeño y delgado como el tallo
del maíz
que, de sol, a sol: sembraba, cuidaba
y empapado de sudor
recogía con sus manos agrietadas a cambio
de un miserable jornal
que apenas llegaba para el sustento diario...
Su caminar era lento
y en su mirada azul de cincuenta primaveras
gastadas en la más completa soledad,
se notaban las huellas del amor que nunca tuvo
y las burlas
de los amigos que jamás lo comprendieron.
Cuando terminaba su duro trabajo
con los huesos molidos y el alma en carne viva
solía escribir
en un viejo cuaderno, algunos versos de amor…
Versos tan bellos
como un amanecer en la playa y profundos
como los pinos
que orgullosos besan el vientre de las nubes.
Versos
con olor a pueblo… Con olor a pan reciensacado del horno.
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